IX. OLFATO
La
nariz
La
nariz se divide en dos compartimientos separados por el tabique nasal, los
cuales tienen dos orificios de salida denominados narinas. Por el otro lado, la
nariz termina en unas aberturas que comunican con la faringe.
En
las paredes laterales de las fosas nasales se encuentran unos huesos esponjosos
llamados cornetes. Debajo de cada cornete existen unos espacios denominados
meatos, que son los que comunican la nariz con los senos paranasales.
Cornetes
nasales
Su
número por lo general es de tres (como si fueran tres dedos atravesados). Y
ayudan a realizar las principales funciones de la nariz: humectar, calentar,
limpiar y dirigir el aire que respiramos hacia el interior de los pulmones.
Los
cornetes son óseos, pero están recubiertos, al igual que todas las paredes de
las fosas nasales, por una membrana
llamada Pituitaria que en su parte inferior está recorrida por gran cantidad de
vasos sanguíneos y por ello se denomina Pituitaria roja. Las glándulas que
forman esta Pituitaria roja segregan una mucosa que se encarga de calentar y
humedecer el aire que, por el sector de los cornetes, pasa camino de los
pulmones.
En
la parte superior esta membrana se llama Pituitaria amarilla y tiene numerosas
ramificaciones de células olfativas bipolares que recogen las sensaciones
olorosas y las envían al bulbo olfativo. Solo esta zona es sensible a los
olores y no la inferior.
El
armazón óseo de la nariz está constituido por huesos, cartílagos duros y cartílagos
blandos. Los huesos duros forman la parte superior y los laterales del puente,
los cartílagos forman los laterales de las fosas nasales y el propio tabique
nasal.
Las
paredes nasales están revestidas por mucosas, segregadas por la membrana
Pituitaria, que tienen como función esencial el acondicionamiento del aire
inhalado. Además, la mucosa atrapa y quita el polvo y los gérmenes del aire
cuando se introducen en la nariz.
La
nariz es el órgano donde reside el sentido del olfato. En el epitelio olfativo
se encuentra, como ya dijimos, la pituitaria amarilla, constituida por un grupo
de células nerviosas con pelos microscópicos llamados cilios. Estos están
recubiertos de receptores sensibles a las moléculas del olor.
Hay
unos veinte tipos distintos de receptores, cada uno de los cuales se encarga de
una clase determinada de moléculas de olor. Estas células establecerán sinapsis
con las neuronas de los bulbos olfatorios, que mandarán las señales al cerebro.
El
olfato
En
el hombre, el sentido del olfato está menos desarrollado que en muchos
animales, quizás porque al contrario que éstos, no depende de él para buscar
alimento, hallar pareja o protegerse del enemigo.
El
área de la nariz humana sensible al olor es de unos pocos centímetros
cuadrados, mientras que en el perro, por ejemplo, recubre la membrana glucosa
nasal por completo.
Sin
embargo, el olfato humano es el más sensible de todos nuestros sentidos: unas
cuantas moléculas, es decir, una mínima cantidad de materia, bastan para
estimular las células olfativas.
Los
receptores olfativos del hombre se encuentran situados en la porción superior
de las fosas nasales, donde la pituitaria amarilla cubre el cornete superior y
se comunica con el bulbo olfatorio.
Los
vapores emitidos por las sustancias olorosas penetran por la parte superior de
las cavidades o fosas nasales y, después de disolverse en la humedad de la
pituitaria amarilla, actúan químicamente sobre los receptores olfativos. Los
impulsos nerviosos que resultan de la activación de los receptores son
trasmitidos al bulbo olfatorio y de ahí a la corteza cerebral para la formación
de la sensación.
Mediante
el acto de olfatear, la dirección de la corriente de aire es dirigida hacia la
región olfatoria superior de la cavidad, facilitando la llegada de un mayor
número de partículas olorosas hasta los receptores olfativos.
Las
sensaciones olfatorias suelen confundirse con las del gusto, ya que ambas son
producidas por el mismo estímulo químico. En verdad, varios alimentos son
apreciados más por el olor que por el sabor.
El
olfato contribuye a la iniciación de los procesos de la digestión. Así, cuando
los distintos olores alcanzan el centro olfatorio del cerebro, éste envía al
estómago los estímulos adecuados para que comience la producción de jugos
digestivos; en este proceso interviene también la visión, de tal forma que ante
la presencia de la comida empieza a producirse saliva en la boca, lo que
facilita la digestión de los carbohidratos.
De
todos los órganos de los sentidos, el olfato se distingue por la rapidez con
que se adapta al estímulo. Ello se debe a que, cuando las células olfatorias se
“han acostumbrado” a un determinado olor, cesan de transmitirlo al cerebro.
Esta facilidad para dejar de percibir un olor no constituye, sin embargo, una
limitación muy seria para la vida del hombre, puesto que sus adaptaciones no
dependen tanto del olfato. Una
persona distingue entre dos mil y cuatro mil olores distintos.
Referencias:
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